Milan, la inserción total.

Lo que no les había contado aún es que cuando llegué a Milán, la moda que me acompañaba era la de Argentina sin inserción global, imagínense. Y el alcance de mi italiano era el adquirido en una habitación de tres por tres a través de un programa intensivo de tres meses de duración.

Y llegué a Milán, nada más ni nada menos que la capital de la moda del mundo.

Milán nene, Milán.

Prontamente deseché mi valija llena de prendas nacionales y armé mi nuevo vestuario milanés.
Amé las botas de caña alta negras, el pantalón negro y la remera blanca mangas cortas.

Había decidido insertarme plenamente en la nueva cultura, aprender cómo pensaban, cómo hablaban, cómo vestían, qué comían, lo había decidido, quería vivir y respirar a la italiana. Y así lo hice.
No era como ahora, que tenés el mundo al alcance de tus manos. No había Internet… No más preguntas…

Mis compañeras de departamento eran de distintas nacionalidades que como yo se sumergieron de lleno en la cultura Italiana, y he aquí donde realmente aprendí el idioma, Col’uso.
Quizás no era el Italiano académico más perfecto pero sí el urbano que me permitió llegar más lejos.

Conocí, aprendí, crecí y me expandí como sólo lo podría haber hecho viajando, dejando atrás lo conocido y cómodo e interpretando un nuevo papel, de un nuevo personaje, en una nueva obra.
Dejando atrás mis costumbres y creencias para dejar entrar nuevas, que se sumaran, expandieran o reemplazaran si fuera necesario, a las viejas.